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«Esta puerta es la entrada al Palacio del Vacío. Es la puerta de Dios. Es nuestro mismo yo, el yo verdadero llamado por Dios a una unión perfecta con Él. Y
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«Esta puerta es la entrada al Palacio del Vacío. Es la puerta de Dios. Es nuestro mismo yo, el yo verdadero llamado por Dios a una unión perfecta con Él. Y cruzamos secretamente esta puerta al responder a la llamada de salvación: Ven conmigo al Palacio del Vacío donde la miríada de cosas son una» (James Finley).
En el núcleo de la búsqueda espiritual se esconde siempre la pregunta: «¿Quién soy yo?». James Finley recoge el mensaje esencial de Thomas Merton (1915-1968) en esta obra ya clásica donde se hace eco de la enseñanza de Merton para discernir los mecanismos engañosos del falso yo y las posibilidades de plenitud que laten en el corazón mismo de nuestro verdadero yo.
«La paradoja de Merton, y la del solitario solidario, consiste en que al retirarse del mundo, redescubre el corazón del mundo. En ese no-lugar en el ápice del alma no hay separación entre uno mismo, los semejantes y Dios. La soledad no es, en consecuencia, un repudio de la sociedad, pues, para Merton, a lo que el solitario renuncia no es a su unión con los semejantes sino a las ficciones engañosas y a los símbolos equívocos que usualmente sustituyen la auténtica cohesión social» (Tomado de la «Nota preliminar», de Fernando Beltrán Llavador).