Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia mientras navega. Las cookies que se clasifican según sea necesario se almacenan en su navegador, ya que son esenciales para el funcionamiento de las características básicas del sitio web. También utilizamos cookies de terceros que nos ayudan a analizar y comprender cómo utiliza este sitio web. Estas cookies se almacenarán en su navegador solo con su consentimiento. También tiene la opción de optar por no recibir estas cookies. Pero la exclusión voluntaria de algunas de estas cookies puede afectar su experiencia de navegación.
Imprescindibles
Las cookies necesarias son absolutamente esenciales para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría solo incluye cookies que garantizan funcionalidades básicas y características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.
No imprescindibles
Estas cookies pueden no ser particularmente necesarias para que el sitio web funcione y se utilizan específicamente para recopilar datos estadísticos sobre el uso del sitio web y para recopilar datos del usuario a través de análisis, anuncios y otros contenidos integrados. Activándolas nos autoriza a su uso mientras navega por nuestra página web.
Todo amigo de Don Bosco sabe que hacía juegos de magia, y todo aficionado al ilusionismo sabe que San Juan Bosco es su patrón. Sin embargo, por extraño que p
info
Todo amigo de Don Bosco sabe que hacía juegos de magia, y todo aficionado al ilusionismo sabe que San Juan Bosco es su patrón. Sin embargo, por extraño que parezca, no hay un solo estudio crítico que aborde la cuestión sobre la magia que presentaba. Este es el hueco hacia el que mira la obra que tienes entre tus manos. Bastaba, por un lado, estudiar el ilusionismo del siglo XIX en sus expresiones más populares y, por otro, rastrear las primeras noticias biográficas del santo. Al fundir ambas esferas se descubre una luz nueva que otorga profundidad a la persona de Don Bosco. Como niño con sus juegos, como adolescente con sus amigos y sus bromas, como joven con sus pasiones, a lo largo de las páginas se descubre un Don Bosco más humano y, quizá por eso mismo, más santo. «Recoger pelotas de la punta de la nariz de los asistentes; adivinar el dinero que otro tenía en el bolsillo; [...] se reducían a polvo monedas de cualquier metal o se hacía aparecer a toda la audiencia con un aspecto horrible y hasta sin cabezas. Entonces alguno empezó a dudar si no sería yo un mago pues no podían hacerse aquellas cosas sin la