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Para escuchar la voz de Dios hay que estar con el oído del corazón atento, permaneciendo vigilantes a las señales, los susurros, los clamores silenciosos par
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Para escuchar la voz de Dios hay que estar con el oído del corazón atento, permaneciendo vigilantes a las señales, los susurros, los clamores silenciosos para que no pase de largo. La escucha va de la mano de la contemplación, es decir, de permanecer con los ojos abiertos, en profunda comunión con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos en el mundo que vivimos. Entonces es cuando podemos advertir el paso de su brisa por nuestra vida.
Decir aquí estoy no es fácil. Muchas veces la misión expuesta no genera dicha ni entusiasmo, pues supone enfrentarse a situaciones comprometidas, difíciles. Pero se nos pide responder con prontitud, fiándonos, sintiéndonos impelidos a tomar una postura radical para que la salvación, la liberación de Dios se haga presente y resulte fecunda. En el propio camino de la entrega esta ya la recompensa de una intensa satisfacción y plenitud de vida.