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De la inmersión paulatina en el silencio llegamos a la orilla en la que el cielo de Dios es un estrato de nuestro ser que surge cuando nos abandonamos en él,
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De la inmersión paulatina en el silencio llegamos a la orilla en la que el cielo de Dios es un estrato de nuestro ser que surge cuando nos abandonamos en él, despojados no ya de deseos, sino de nosotros mismos, muertos para nacer a nueva vida, por y para Dios. En la playa de Dios se alza un nuevo ser, libre porque Dios lo ha rescatado de sí mismo y capaz de ver en todo el rastro de Dios y de amarlo sin querer adueñarse de lo que ve.Al acercarnos a Thomas Merton contemplamos la historia de un hombre decidido a afrontar un silencio que rompe con los dinamismos de una callada y sumisa resignación, aquella que le lleva a uno a pensar que camina sobre seguro. El silencio del que hablamos remueve el interior de la persona y la impulsa a seguir en el empeño, día tras día, de ceder el protagonismo de su existencia a la presencia que lo habita. Por eso, el camino del silencio apunta a un horizonte que excede la propia vida, señala a Dios y tiende a él.