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La realidad no es atea, sin Dios. Tampoco lo son nuestras experiencias en ella. En virtud de la creación y de la encarnación de Dios en Jesucristo, todo está
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La realidad no es atea, sin Dios. Tampoco lo son nuestras experiencias en ella. En virtud de la creación y de la encarnación de Dios en Jesucristo, todo está habitado por una Presencia amorosa, misteriosa pero real, que lo trasciende todo, pero que todo lo alienta y sostiene. Por eso la realidad exterior y también nuestras experiencias humanas son umbral de Dios, sacramentos de su presencia, ventanas que dan a Él.
Con todo, esa transparencia ni es evidente ni sucede de un modo espontáneo. Para que lo sea hemos de pasar por un proceso espiritual que, perforando la realidad hacia dentro y hacia afuera, descubra las huellas de Dios y a Dios mismo en ella.
De eso trata este libro. Recoge algunas de nuestras experiencias humanas básicas y, siguiendo el proceso ignaciano, la lente de la «Contemplación para alcanzar amor» muestra su carácter de medio divino y las descubre como lugar de encuentro y adoración de Dios, y lugar también de llamada y envío.